Aquí la historia (desde hace 110 años) de los espacios de trabajo para idear el hub perfecto de acuerdo con las necesidades de hoy y mañana

Por Redacción, Fotografía: Cortesía de WeWork

Los espacios de trabajo colaborativo son una tendencia creciente en la última década. Si bien se cree que éstos surgen a partir de la oposición de la generación millennial a las oficinas tipo colmena de rígidos cubículos, en realidad datan del siglo XX cuando el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright diseñó un lugar de trabajo con el fin de crear un mundo mejor y más conectado.

En 1906, Wright diseñó el edificio de oficinas para Larkin, una compañía de pedidos por correo. Se trataba de un inmueble popular que, debido a sus múltiples innovaciones funcionales para la operación diaria de la empresa, destacó por acomodar a los trabajadores en filas de escritorios largos en un espacio abierto, y a sus jefes en oficinas privadas alrededor de ellos para supervisar mejor a sus equipos. Asimismo, sobresalió por colocar frases motivacionales que transmitieran el ideal de trabajo duro de los dueños de la empresa.

Este modelo se mantuvo hasta inicios de los años sesenta, cuando la consultora alemana The Quickborner Team, dirigida por los hermanos Schnelle, implementó la propuesta Bürolandschaft (oficina paisaje), cuyo foco de atención eran las relaciones humanas.

Las filas largas de escritorios se fragmentaron en espacios de trabajo más compactos con divisiones entre sí para dar privacidad a los empleados, y el acomodo de éstos buscó imitar el flujo natural de la comunicación entre las personas a falta de correos electrónicos.

Por primera vez se consideró a los empleados como individuos valiosos para una compañía y no como una unidad de producción. Pronto, el Bürolandschaft se volvió una moda en toda Europa por ser una solución rentable.

Al mismo tiempo, Robert Propst, diseñador en la fábrica de mobiliario Herman Miller, ideó el primer cubículo modular de oficina llamado action office, que no sólo ahorraba espacio, sino que permitía acomodar a más empleados según el sentido de organización propio de cada empresa. Para los años setenta, no obstante, esta libertad terminó por saturar el espacio de las oficinas con cubículos, y orilló a los arquitectos de la época a modificar una vez más el diseño del lugar de trabajo.

Si bien el Bürolandschaft no desapareció del todo —pues se conservó el espacio abierto y el action office de Propst—, el nuevo acomodo consistía en insertar a un número reducido de empleados en un cubículo modular con paredes lo suficientemente altas como para proporcionarles cierta privacidad. Además, se regresó a los jefes a oficinas privadas, convirtiéndolas en un símbolo de estatus, y regresando así a una representación espacial de la cultura jerárquica empresarial.

Al evolucionar las oficinas, aparecieron las primeras computadoras que cambiarían para siempre la forma de trabajar en el mundo.

En la década de los noventa, las oficinas se modificaron para instalar una PC por cada empleado, pues se volvieron una herramienta de trabajo indispensable para las personas y compañías. Además, la necesidad de imprimir y guardar documentos disminuyó, por lo que se redujo el espacio destinado a archiveros.

Más tarde, salieron al mercado las laptops y otros dispositivos móviles como tablets y teléfonos celulares, lo que hizo posible a los empleados llevar su trabajo fuera de la oficina.

Simultáneamente, en Estados Unidos surgió un concepto inspirado en el hot-ranking, —cuando los marines del ejército compartían las literas por turnos—, pero aplicado al mundo del trabajo: el hot desking.

Básicamente, los hot desks permitían a los profesionistas compartir un mismo lugar según su disponibilidad, ahorrar hasta 50 por ciento en espacio y reducir gastos, pues los usuarios dejaron de preocuparse por resolver temas administrativos y sólo rentaban el lugar conveniente por un tiempo determinado.

Casualmente, también se desató una crisis económica que colapsó el sector inmobiliario, lo que provocó una guerra en Medio Oriente y el alza en los precios del petróleo.1 Para subsistir a la presión de la recesión, las compañías tuvieron que recortar gastos, entre ellos, el tamaño de sus oficinas.

Las oficinas se hicieron abiertas con el fin da acomodar a más empleados y proveerlos de soluciones tecnológicas.

Empresas como WeWork notaron que la clave del éxito radicaba en repensar las reglas de los espacios laborales, y, de este modo, promover una cultura de conexiones humanas.

Surgió, entonces, en 2010, el concepto play office regido por la ética “work hard, play hard”2, es decir, disfrutar de la vida de la misma forma en que se trabaja duro. Dicha filosofía fue resultado de las demandas de los millennial al incorporarse al mercado laboral.

Para un millennial, el trabajo es inconcebible sin la presencia ubicua de la tecnología; además, su percepción de asistir a una oficina todos los días se asocia con su misión de vida: el placer radica en conectar con otras personas para fines de trabajo y personales, ampliando su red de contactos y consiguiendo el apoyo necesario para resolver problemas complejos.3

Las oficinas modernas se han convertido en hubs de trabajo flexibles, interactivos y tecnológicos, que fomentan la colaboración. Pero lo más importante es que se han transformado en objetos de estudio, pues la observación de su comportamiento y cambios arrojan una serie de datos indispensables para concebir y construir edificios cada vez más inteligentes, pertinentes a las necesidades de los distintos tipos de profesionales (hot desk, espacio privado u oficina corporativa).

En este tenor, WeWork anunció en 2016 la creación de su departamento de Investigación de Producto, con la misión de estudiar las tendencias de la distribución espacial en centros de trabajo para adecuar áreas en función de sus hallazgos con respecto a la relación que tiene una persona con su entorno laboral.

Para esta firma, la investigación es una inversión para el futuro. Hoy, un edificio suyo resuelve problemas vigentes y capitaliza las oportunidades del presente, pero… ¿cómo deberán construir sus espacios en cinco, 10 o 15 años?

Durante el último bienio, WeWork ha estudiado cómo generar un impacto positivo en cadena, es decir, de las personas a las comunidades, y de éstas a las ciudades donde se insertan; la inspiración y punto de partida es siempre la realización personal y profesional de una persona al cruzar por la puerta de cualquiera de sus 283 espacios en el mundo.

 

  1. Dan Barufaldi, “A Review of Past Recessions”. (Investopedia, 2008). Link. (Meter QR).
  2. Steven Hsin-Wei Lin, “Evolution of Office Design in and Beyond the 20th Century”. (Steven Lin, 2017, pp. 68-74). Link. (Meter QR).
  3. Knight Krank. “Culture Clash: Flexible Workspace, Coworking & The Future”. (Knight Frank, 2017). Link. (Meter QR).

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