El mundo ha cambiado, y con ello la manera en que habitamos, entendemos y nos relacionamos con el entorno construido. El aislamiento ha puesto en evidencia diversos fenómenos sociales que tienen estrecha relación con los espacios que habitamos, además de establecer nuevas dinámicas de trabajo y consumo que muy posiblemente modificarán los esquemas de desarrollo, diseño y construcción actuales.

Uno de los más notorios es el que surge a partir de la idea de trabajar desde casa. Empresas, instituciones y establecimientos de todo tipo a nivel global han tenido que recurrir a esta estrategia para subsistir, adaptándose casi de manera instantánea, al trabajo remoto, prescindiendo del espacio físico. Esto genera un importante cuestionamiento acerca de la necesidad y viabilidad del espacio construido y la posible utilización de los recursos que conlleva dentro de cada modelo de negocio. Muchas empresas empiezan a anunciar que no regresarán a sus instalaciones, lo que supone un golpe certero al mercado de rentas y al sector inmobiliario, además de ejercer una presión significativa a la economía de muchas ciudades.

Existe también otro fenómeno que, si bien no es nuevo, ha sido exacerbado por el aislamiento actual y que se relaciona con el deterioro sistemático y constante de nuestros espacios más íntimos. Hasta antes de la pandemia, nuestra atención estaba puesta en los espacios de trabajo, de recreación e inclusive en el espacio urbano, mientras que la vivienda, nuestros hogares, eran reducidos a simples contenedores: espacios insuficientes, definidos por un mercado voraz, que provocan angustia y depresión por su desconexión con el entorno natural y su falta de propuesta estética, que acentúan la violencia en sus usuarios por la falta de conexión social y comunitaria, espacios que no favorecen ambientes sanos y limpios por su limitado entendimiento de variables básicas de diseño como ventilación, iluminación y confort térmico, y espacios con altos costos de mantenimiento y operación por su ineficiencia en el manejo de recursos.

La pandemia nos obligó a regresar a nuestros hogares, para refugiarnos en primera instancia, pero también a trabajar desde ellos. También nos confrontó con la realidad de que estos espacios no están preparados para proveernos de los niveles más básicos de confort, habitabilidad y versatilidad, como tampoco de estándares aceptables de bienestar y de salud.

La nueva normalidad tendrá que empezar por redefinir la manera en que entendemos estas nuevas dinámicas sociales y de consumo, tratar de contrarrestar los impactos económicos provocados por las nuevas condiciones de uso de nuestros edificios, y por buscar e implementar mecanismos que nos permitan mejorar las condiciones de desarrollo del sector habitacional.

Gerardo Goyeneche
Es arquitecto por la IBERO, cofundador de SAGO Arquitectos. Académico de vocación y activista ambiental por convicción. Miembro de ILFI, SUMe y TCRP.

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