Crítico, pensador, apasionado y, sobre todo, creador, el arquitecto Benjamín Romano no siempre da clases en su alma máter, la Universidad Iberoamericana, pero dialogar con él lo parece
Antonio Nieto, Fotografía: Rubén Darío Betancourt
México tiene uno de sus mayores representantes de la arquitectura en Benjamín Romano. Ha gestado su concepción del espacio bajo la tutela de otro grande, Heberto Castillo, cuyas ideas han tenido gran repercusión en el arquitecto Romano, tanto que en sus inicios dudó sobre estudiar arquitectura o ingeniería, línea de conocimiento que su maestro Castillo siguió.
Por años, Romano ha construido su noción sobre el espacio a través de la búsqueda constante, a través de la docencia, otra de sus pasiones, por medio de los viajes para conocer y aprender, y con una de sus herramientas principales: una percepción aguda sobre las cosas.
Éste es un diálogo con él, que se ha desarrollado a la sombra de una de las torres más grandes del país, donde lo grande no sólo significa altura, sino una reinvención de la inteligencia y sustentabilidad en la edificación.
Yo creo que la arquitectura es una técnica para resolver las necesidades de espacio. Y creo también que algunos edificios están tan bien resueltos que merecen llamarse obra de arte”
Smart Buillding (SB): ¿Cómo se vincula la arquitectura con la noción de edificio inteligente?
Benjamín Romano (BR): Estuve invitado en Harvard, donde están muy preocupados porque desde la mitad del siglo pasado los arquitectos nos hemos volcado todos a hacer cajas de cristal. Lo malo es que les entra todo el calor imaginable y se sale, y el frío en las noches. Eso ha provocado que del total de monóxido de carbono que se genera por la actividad humana en la Tierra, el 45 por ciento sea debido al aire acondicionado de los edificios. Mucho más que los autos.
Cuando uno escucha esto se aterra. Y claramente lo que tiene que hacer la arquitectura es volver a los sistemas pasivos de control de temperatura. Especialmente en México, con la temperatura que tenemos, en calefacción debería ser cero, porque podemos tener sistemas que se comportan bien con el clima y no recurrir al aire acondicionado.
Si nosotros no creamos las condiciones para controlar la temperatura, no va a funcionar. Si no creamos la columna vertebral de las instalaciones pues no será inteligente. El arquitecto tiene el ciento por ciento del edificio inteligente, no es 99 sino el 100. Ya luego se compran gadgets, pero el edificio debe estar pensado inteligentemente.
Esa tendencia mundial de la arquitectura es lo que me lleva a mí a dar soluciones, como los patios, las paredes cerradas, etcétera. No podemos seguir contaminado al planeta indiscriminadamente.
SB: Es decir, ¿el concepto de edificio inteligente se vincula con la solución medioambiental?
BR: Claro, eso es inteligente. No se trata de comprarle un chip al edificio y que eso lo haga inteligente, sino que lo tienes que hacer inteligentemente desde el inicio.
SB: ¿Entonces debemos modificar la idea de edificación inteligente?
BR: No, sólo tenemos que ser conscientes del impacto que la industria de la construcción tiene con el planeta. Se puede construir sin dañar el medioambiente, adaptándose.
SB: ¿Cómo observa la evolución de la edificación en México?
BR: Magníficamente. En principio, por la campana poblacional, y luego por la longevidad. Esto nos lleva a la fabricación masiva de espacios que, combinado con la globalización es una bomba, pues estamos obligados a crecer en capacidad, por la gráfica poblacional, y en calidad, porque cada vez nos vemos más influenciados por la información.
SB: ¿Cuál fue su primer edificio?
BR: Fue uno en la calle de Chicago. Pero antes con Heberto Castillo fue una nave industrial en Hidalgo. Tuve el agrado de conocer a Heberto Castillo a los 16 años y me cautivó su fuerza y capacidad de bondad y honorabilidad. Me involucré con él en una construcción y, posteriormente, tuve la oportunidad de trabajar a su lado en la construcción de un consorcio industrial en Hidalgo, en el que yo llevaba la parte arquitectónica, él la de la ingeniería y Salvador Ruiz Villegas, en la construcción. Ambos me influyeron mucho.
En algún momento, dudé sobre estudiar ingeniería y arquitectura, pero decidí por la segunda y me da mucho gusto. Para mí es muy claro que mis proyectos tienen una carga ingenieril muy fuerte. Todas esas circunstancias me llevan a ser un arquitecto muy ingeniero. Aunque siempre me pareció más interesante la creación de espacios que la solución estructural del espacio, pero yo las conjunto.
Nosotros los arquitectos creamos espacios para los seremos humanos que los acompañan durante toda su vida. Y para mí es un aspecto más interesante que la ingeniería.
Como médico afectarías a un paciente mal atendido y sería reprobable. Nosotros como arquitectos tenemos la responsabilidad de no condenar a la gente a vivir en un espacio incómodo por el resto de su vida. La arquitectura es una creación digna de espacio.
SB: ¿Qué representa para usted Torre Reforma?
BR: Esa Torre, siendo la más alta, tiene 25.4 por ciento de ahorro de energía, comparada con otras torres de la ciudad. Eso es un número muy grande. Si me preguntaras si vuelvo a hacer un edificio así, me gustaría llegar al ciento por ciento, que es lo que prevé la American Institute of Architects para 2030. Aún no hemos desarrollado la tecnología para poder conseguirlo, pero el 25.4 con actividades pasivas se me hace magnífico.
SB: A muchos les parece interesante tener sistemas de generación de energía. ¿Pensaron en esto para Torre Reforma?
BR: Nosotros estuvimos a nada de poner generación, ciertamente porque nos adelantamos en el tiempo. Yo tenía la cotización; el edificio subía únicamente 3 por ciento su costo, que no es nada, y todo estaba perfecto. Ya teníamos el número de máquinas cogeneradoras, ya teníamos la empresa que nos suministraría gas subterráneo. Yo personalmente fui a Nueva York a ver los equipos. Los vi instalados en algunos edificios. Y comenzamos a hablar del mantenimiento. Les pregunté cuándo tenían pensado instalarse en México, pero ellos respondieron que no lo tenían considerado. Les dije que eso no era buena idea porque si cada que se descompusiera mi equipo, él volaría de New Jersey para acá. Él respondió que “el mercado mexicano no era interesante aún, cuando lo sea lo haremos”.
Si yo construyera de nuevo un edificio, lo haría pensando en la cogeneración, y le diría a CFE “te necesito como back-up, no como generador de energía. Esta generación sería a través de la quema de gas. Cuando quemas gas no contaminas. Al quemarlo, generas toda el agua helada para el aire acondicionado del edificio; es decir, los chillers serían manejados por gas y el desperdicio sería la energía que se debe utilizar.
SB: ¿Cuál es su definición de edificio inteligente?
BR: Torre Chapultepec fue el primer edificio inteligente de México. Sacamos el primer lugar a nivel mundial en 1993. Fue el mejor del mundo en aquel año. En aquel tiempo, los edificios en la Ciudad de México no tenían protección contra incendio ni cableado estructurado, etcétera. A mi estilo, fui a otras universidades y encontré que existía el concepto del edificio inteligente.
Para mí, se define como aquel que tiene una infraestructura tal que puede adaptarse a lo que quiera, llámese espacio arquitectónico, cableado estructurado, servicio… ése es un edificio inteligente. Por ello, me cuesta trabajo darle una denominación y calificación a la inteligencia, porque si quisiéramos medir nuestro cerebro y compararlo con el de Einstein, por ejemplo, lo que se dice es que él tenía muy buena conectividad; algunos que no tienen esta gran conectividad…
Lo que debe haber en un edificio es conectividad. Cuando nosotros hicimos Torre Chapultepec, incluimos cable categoría 3, que en su momento tenía la velocidad más elevada. Ya hicimos el upgrade y tenemos categoría 7.
SB: ¿Cuál es la mayor satisfacción que le ha dejado la arquitectura?
BR: Todo. Tengo una anécdota que me gusta. Estaba haciendo la Torre Bosques y llegué a la obra, y un vigilante me dijo que una señora se había estacionado y se bajó para pedir hablar conmigo. El vigilante le dijo que yo no estaba. Y es que pusimos unos colores en la fachada. La señora le dijo al vigilante que me pidiera que no pusiéramos esos colores en la fachada porque íbamos a echar a perder “ese hermoso edificio”. Nunca tuve el gusto de conocerla, pero eso fue tocarla sentimentalmente con mi trabajo.
SB: A veces la gente termina por apropiarse de los espacios. Es decir, nombra a los edificios de una manera coloquial, incluso los apoda.
BR: Me parece increíble. A mí el escultor Mario Rendón me enseñó que su trabajo, el de los escultores, se tiene que trabajar en su lugar, en el espacio, y si no se lo gana merece que sea eliminada la escultura. Entonces le dije que pasaba lo mismo con la arquitectura, que si nosotros no nos ganábamos nuestro lugar en el espacio, pues hasta mereceríamos que lo quiten. Eso pasa aquí y en todo el mundo: el famoso 30 St Mary Axe, de Normal Foster, es conocido como el “pepino”, o el “rayador de queso” de Rogers. A mí me gustan.
SB: ¿Existe una línea donde arte y arquitectura se tocan?
BR: Yo creo que la arquitectura es una técnica para resolver las necesidades de espacio. Y creo también que algunos edificios están tan bien resueltos que merecen llamarse obra de arte. Nosotros tenemos que resolver un problema de orientación, ventilación, asolamiento, de interior, de estructura, de exterior.
SB: ¿Cómo es el inquilino del siglo XXI?
BR: Consciente de sus servicios. Cada vez más el ser humano está consciente de los servicios que le puede dar la vivienda, la oficina o el supermercado. El nuevo inquilino quiere tener ahorros y las cosas a la mano, siempre.
Los usuarios rentan una plataforma y les tienes que dar lo que quieran. En Torre Reforma habrá inquilinos de mucho nivel, y algunos requieren aspectos específicos. Nosotros les ofrecimos una plataforma, conectividad. Claro que también les dimos respaldo de energía eléctrica.
SB: ¿Cuál es el lema de Benjamín Romano?
BR: El sentido común. Si hacemos con sentido común los edificios, éstos serían una maravilla. Por sentido común, no deberíamos exponernos al Sol; si los beisbolistas se protegen con una gorra, ¿por qué nosotros no debemos protegernos?