Arquitecto iconoclasta, Jean Michel Colonnier se describe como outsider y se pregunta a sí mismo “quién es ése Jean Michel”. Esta entrevista busca dar respuesta a esa interrogante, aunque ya se sepa mucho por mediación de sus obras
Por Antonio Nieto, Fotografía: Rubén Darío Betancourt
La obra de Jean Michel Colonnier ya es parte de la imagen de Ciudad de México, desde Oasis Coyoacán, al sur, hasta Torre Diana, en el centro. Es un hombre que ha abrevado de la música, de los viajes, el deporte, es decir, de la vida toda.
Esta entrevista fue realizada en uno de los espacios urbanos que ha creado, una mesita que hace de comedor, de sala de juntas y, sobre todo, de un lugar para que la gente esté, razón que lo ha acompañado en todos sus proyectos. Para él, la activación del espacio público es la esencia.
Smart Building (SB): ¿Cómo comenzó tu historia en el mundo de la arquitectura?
Jean Michel Colonnier (JMC): Mi papá era pintor y neuroanatomista. Estudió diseño industrial y muchas cosas más y luego, medicina. Me acercaron mucho al arte desde niño; el arte era una parte muy importante en la vida de mis padres: comprábamos obra y patrocinábamos exposiciones en nuestra casa. Pensé en ser pintor o matemático, pero mi madre dijo que ninguna de las dos, porque no iba a ganar dinero. Me pidió que estudiara arquitectura. De pronto, hice un viaje Italia y me encontré con la obra de Carlo Scarpa; tenía 17 años y estaba en una gira con un equipo de fútbol. Vi dos de sus piezas en Venecia que realmente me fascinaron y empecé a tener un primer acercamiento con la arquitectura; todo el viaje a Italia fue un acercamiento con el poder de la arquitectura.
Después no sabía bien hacia dónde ir y fui a estudiar los programas de otras carreras; sin embargo, el de arquitectura me sedujo por la amplitud de su educación, porque era urbana, gráfica, artística y científica. Y pensé intentarlo para ver si me gustaba, y por lo visto así fue. Me quedé allá y pasé siete años, luego regresé a Montreal. En Canadá, participé en varios proyectos y ganamos premios, como el de Orden de Arquitectos; nos fue muy bien en los años en los que trabajé. Luego, por razones personales, decidí salirme de ahí. Tenía opciones, como trabajar con otro gran despacho o independizarme. Pero en 1994 Odile Hénault me mandó a México unos meses y pensé: “El futuro es acá”. La energía era increíble.
La gente en México se mueve, está haciendo cosas. En Canadá hay un Estado que te protege y te sientes seguro en tu trabajo de nueve a cinco. Es una sociedad muy sofisticada que produce cosas de alto nivel, pero la energía en general es un poco apagada; hay mucha gente de gran nivel, pero hay más cosas sucediendo aquí. Tengo un despacho con 68 arquitectos y no hay nadie de mi generación que tenga un despacho de ese tamaño.
En Canadá, ser bien educado es no molestar a los demás, te autorreprimes, no gritas en la calle porque vas a molestar; aquí es no quejarse de los demás, te sueltas, porque es el país de la libertad. Cuando yo era niño, en las películas se veía que luego de robar un banco escapabas a México. Ésa es la imagen que Hollywood pintaba, aunque tiene algo de verdad.
SB: ¿Qué es lo que traes de Canadá?
JMC: Orden, rigor, disciplina, servicio. Soy de los pocos arquitectos que piensa en darle primero servicio al cliente y que no está pensando en autoelevarse, aunque unos me critiquen por eso, pero nadie es perfecto.
SB: ¿Cuál fue tu primer proyecto en México?
JMC: El interior del Banco de Montreal en Torre Esmeralda. Fue chistoso porque colaboré con un competidor mío, Michael Edmonds, y me divertí mucho. Antes estuve trabajando con Enrique Norten, con Vicente Echegaray, con Bernardo Gómez Pimienta, en su compañía de muebles. Hacía entonces perspectivas por computadora para ganar dinero; era de los únicos que hacía cosas con ordenador, en 1994, quizá. Hice perspectivas para el comedor de Chapultepec, para el hotel Habita. Y de pronto mi currículum llegó a HOK y comencé con ellos. Estuve diez años trabajando para ellos, primero como diseñador, luego senior designer y director de Diseño, esto último cuatro años antes de separarme y hacer mi propio despacho. Sentía que no estaba a la altura de lo que se buscaba, y quería desviar los recursos al diseño y no a la administración, al marketing, no viajes y viáticos; yo quería dedicar el dinero a horas de diseño, y eso fue lo que hicimos. Nos salimos tres y contratamos un cuarto, y fuimos adquiriendo mucho trabajo, pues ya conocía a la mayoría de la comunidad de desarrolladores a través de mis relaciones anteriores.
Contamos ahora con una secretaria, un contador a tiempo parcial y 68 arquitectos. Nos autoadministramos y buscamos que los arquitectos tomen sus propias decisiones sobre sistemas, compra de muebles, sobre cómo diseñamos nuestro espacio.
SB: ¿Cómo era la arquitectura hace 25 años en México?
JMC: En todo el tema estructural había mucho rigor, era plausible. En sistemas y todo lo que era aluminio, vidrio, elevadores, sistemas de control, aire acondicionado, todo era de lo más básico. Había pocos especialistas en arquitectura de paisaje e iluminación. A medida que ha pasado el tiempo, han visto la importancia de tener un proyecto bien coordinado y diseñado a la hora de trabajar. Ése es uno de los servicios que nos caracteriza. Aparte de un diseño funcional, hermoso, que logra que todo sea armónico, que es nuestra meta, el dar una visión completa, premasticada de todo, coordinada. Esto es algo que no era común y eso nos abrió mucho al mercado, y hace que el desarrollador gane dinero.
Todo inicia con un pacto con el diablo, que es el sistema capitalista, que dice “vamos a tener infraestructura de shoppings y centros comerciales, torres de oficinas y escuelas privadas, porque alguien va a ganar dinero”. En cambio, nuestra premisa es: “el desarrollador debe ganar dinero y nosotros tenemos que alinear todos los temas y convencerlo del aspecto urbano, de la calidad de la interfaz del edificio con la calle, de que lograr espacios amables con la gente está en línea con su plan de negocios y de que el aspecto escultural tenga características para que él pueda vender y ganar dinero, además de ser formalmente cautivamente”. Nos gusta activar la calle para que la gente esté contenta y tenga zonas de esparcimientos, pero que todo esto esté en línea con el plan de negocios de los desarrolladores.
Una vez estábamos poniendo macetas a las afueras de un edificio, a la altura de un banco para que las personas pudieran sentarse y los dueños dijeron: “No, ponlo más alto para que la gente no se siente ahí”. Uno no puede ganarle a todos. Los que ya han vivido una obra nuestra y ven la reacción de la gente, cómo ésta utiliza los espacios, se dan cuenta y les gusta, como en Torre Diana, donde activamos dinamismo urbano en una ciudad.
Queremos que el ciclo de vida de un edificio sea de 50 años. El ahorro de energía, de equipamiento, el control y el monitoreo son fundamentales para ahorrar recursos y asegurar su buen funcionamiento
SB: ¿Bajo qué premisas construyes al pensar en los conceptos de edificación sustentable e inteligente?
JMC: Nosotros queremos que el ciclo de vida de un edificio sea de 50 años. Lo vemos como un todo. Queremos que todas las medidas tecnológicas sean para que funcione a largo plazo. El ahorro de energía, de equipamiento, el control y el monitoreo son fundamentales, no sólo para ahorrar recursos, sino para asegurar su buen funcionamiento. Nuestra idea es hacer que el lugar sea un sitio agradable para el usuario, que la calidad del aire sea buena, por ejemplo, y también a nivel operativo. Todo fluye: hay retención de inquilinos porque todo funciona.
La sociedad habita el edificio, está agradecida y regresa. Para mí el funcionamiento técnico y eficiente, en conjunto con el monitoreo de equipamiento, hace que las cosas funcionen, porque ya sabes si hay que cambiar el filtro de alguna una máquina que está por fallar. Todo el feedback del monitoreo te permite que haya menos fallas. Al final de cuentas, esto alineará la postura de cómo manejas los sistemas del edificio, no para que sea inteligente, sino para que la meta global sea retener o atraer inquilinos. Si alineas la filosofía de que crear un sistema bien monitoreado y controlado, con equipamiento ultraeficiente, que baja los costos operativos y logra reducir las fallas en el inmueble a lo largo de su vida útil, significa que el edificio está alineado para ganar dinero. Cuando esto sucede, las cosas fluyen, porque al final de cuentas, debido al pacto con diablo, la meta es que el desarrollador gane dinero. Es por eso que él hace el edificio; no por una meta filantrópica.
SB: ¿Eres un mediador entre el inversionista, la gente y el impacto medioambiental?
JMC: Hay metas ideales, como que mis edificios tengan una huella de carbono cero. Si yo pudiera lograr esto, lo haría. Pero si yo no soy el dueño, ni el que va a gastar el dinero, mi labor es convencer y ver cómo puedo alinear esto para que el desarrollador lo haga. No tengo ningún mecanismo legal para hacerlo. En otros países, el arquitecto tiene más responsabilidad cívica y obligaciones en la obra. Aquí es un poco más de lobbying y de ganarse la confianza del desarrollador.
Yo comencé hace casi 20 años en LEED, era el principio de esto. Conocí a dos científicos, uno, Janine Bunyus, escribió Biomimicry, el otro, Paul Hawken, escribió The ecology of Commerce, lo que tenía que ver con cómo llevar todo esto a un nivel más grande porque hacer una casita verde está bien, pero el impacto de las megaestructuras en la ciudad es mucho mayor y es una nuestro deber lograr que quien pone el dinero lo haga de una manera más responsable, alineada con su plan de negocios.
SB: ¿Dirías que la responsabilidad del arquitecto, por ejemplo con el cambio climático, es convencer al inversionista?
JMC: Bueno, ése es el camino que he encontrado. Si alguien quiere tomar también el mío, qué bueno; seguro hay otros. El reutilizar una estructura y no demolerla es lo más verde que se puede hacer. Si pudiera haber más apoyo gubernamental en remodelar y reutilizar, yo sería el primero en suscribirlo. Desafortunadamente, seguimos creciendo. Si pudiéramos parar de hacerlo, yo sería feliz, quizá tendría menos trabajo, pero tal vez el planeta sobreviviría más. Somos una especie rapaz y estamos creciendo. Ahora, ¿queremos que ese crecimiento sea vertical u horizontal? Yo prefiero que sea vertical: tiene bondades culturales, hay mucho más intercambio.
SB: De acuerdo con algunos especialistas, debido a las condiciones climáticas de Ciudad de México, se podría reducir mucho el consumo energético. ¿Por qué no se construye aquí de una manera diferente?
JMC: El consumo energético de sistemas de aire acondicionado ahora son de menor impacto que antes. Hemos intentado varias veces trabajar con ventanas operables en edificaciones altas, pero es difícil. Hay una tendencia de densificación de la planta de oficinas. Hacer un sistema bioclimático controlado por compuertas aún está del otro lado. En general, la tendencia en el uso de espacios se está comprimiendo. No puedes abrir una ventana por las presiones de viento, a veces por las alturas. Con todo esto me refiero sólo a tipología de oficinas.
SB: En ese sentido, ¿cómo es tu edificio ideal?
JMC: Un edificio de huella cero. Nosotros ya tratamos el agua con ésta enfriamos el aire, y recuperamos todo el recurso de los baños. La descarga es casi cero. No enfriamos con electricidad el inmueble; los ventiladores, sí; las bombas, sí; el chiller, sí, pero es ultraeficiente, es magnético. Un chiller central es la cosa más eficiente que hay, no es como tener miles de motores a través del edificio. El chiller centrífugo usa imanes, no hay fricción. Es de una eficiencia bárbara. Los elevadores también son ultrabajos de consumo energético. Nuestra carga en kilowatts está bajando cada vez más; ya estamos en cuatro watts por metro cuadrado de iluminación, y bajaremos a dos o tres. Estamos tratando de reducir el consumo energético a través del monitoreo y control; los edificios son cada día más sofisticados. Yo me infarto cada vez que veo la Torre Bancomer con sus luces encendidas a las doce de la noche.
SB: Se dice que un edificio inteligente comienza desde escoger el lugar, la envolvente, etcétera. ¿Tú compartes esta idea?
JMC: Sí, absolutamente. Hemos tratado de hacer lo más inteligente en el sitio posible y de aportar a la ciudad; es decir, hemos creado una relación íntima con el contexto, de crear algo para las personas. En estos espacios la gente no sólo trabaja, sino vive.