El legado, aquello que marca generaciones, se expresa en la familia Arditti. Arquitectos que desde la infancia convivieron con los trazos y la imaginación de crear espacios para la gente a través de la figura entrañable de su padre. Hoy, esa impronta es una rúbrica en cada edificación de la dupla más importante de la arquitectura nacional

Por Antonio Nieto, Fotografía: Rubén Darío Betancourt

Al recibir el Premio Trayectorias que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el arquitecto Mauricio Arditti no puede contener las lágrimas. No es necesario hacerlo. Con su historia, el salir de su tierra, huir del holocausto, y luego construir una vida, un legado, y un texto que deja entrever cómo se hace uno hombre y escribe su propia historia en su país, México, caben todas las lágrimas.

Esto no lo ignoran los hermanos Arditti, Arturo y Jorge. Caminan siempre con todas las conversaciones de su padre. Su arquitectura es también un homenaje permanente para quien está en los cimientos de sus ideas, de sus diseños, pasados todos por el tamiz de la tradición.

Smart Building: ¿Cómo se involucraron en la arquitectura?
Jorge Arditti: (JA): Prácticamente, nuestra trayectoria arquitectónica comienza cuando mi papá decidió ser arquitecto. Él se formó en el despacho de Boris Albin; ahí empezó a dar sus primeros pasos hasta que decidió independizarse. Su arquitectura la ejecutó en vivienda de carácter privado, de medio y alto nivel, y posteriormente sí hizo muchas oficinas, comercios, etcétera, pero su fuerte fue la ejecución y diseño de lo que implicaba una residencia de muy buen nivel.

Posteriormente, Arturo decidió ser arquitecto. Nuestro padre nunca tuvo injerencia en nosotros, jamás nos dijo: “Deben ser arquitectos”. Al contrario, siempre nos dijo a manera de chiste que nos hiciéramos una prueba del hígado para ver si aguantábamos bien el reto de la arquitectura; siempre nos dio esa libertad.

Obviamente crecimos y nos desenvolvimos en un ambiente muy ligado a la arquitectura, el diseño y las artes. Arturo decide tomar la directriz de ser arquitecto y, posteriormente, yo. A mí en lo personal me apasiona. Con el tiempo se formó Arditti+RDT Arquitectos.
Arturo Arditti (AA): Yo estudié de 1982 a 1986, y me uní a mi papá desde 1984. Recuerdo que el 7 de febrero de 1984 fue mi primera reunión de trabajo con un posible cliente.

SB: ¿Por qué arquitectura?
AA: Creo que tuvimos la facilidad de interactuar con lo que era ser arquitecto desde muy chicos, por nuestro padre. Como dijo Jorge, él diseñaba y construía, pero el 90 por ciento del tiempo lo consumía en temas de construcción y administrativos relacionados con ello y temas técnicos de obra, sin tener mucha posibilidad de dedicarle tanto tiempo a diseñar, que es la parte más creativa.

En nuestra niñez, lo acompañábamos a las obras, a las construcciones, y a mí en lo personal me empezó a atraer mucho la idea de las sensaciones espaciales y el diseño. Me empezó a interesar el hecho de diseñar la parte constructiva; siempre me llamó la atención, pero lo que más me apasionó fue el diseño, desde muy niño.

Yo creo que la respuesta fácil es que tuvimos un contacto con nuestro padre, quien nos abrió el camino al mundo del diseño y siempre fue atractivo para nosotros. Fuera de eso, si a mí me preguntaras qué hubiera sido de no ser arquitecto, no sabría qué contestarte. Claro que estoy hablando de hace 30 y tantos años; hoy me apasionan muchas cosas.

SB: ¿Cómo es llevar un despacho de manera conjunta, como hermanos?
JA: Nuestro padre siempre nos inculcó el respeto, la honestidad, la armonía y la hermandad. Nos recalcó que éramos hermanos, que debíamos apoyarnos toda la vida en todas las cuestiones familiares, profesionales y de cualquier ámbito. Esas bases que él nos legó en vida las tuvimos antes de ser arquitectos en nuestra formación, desde la escuela, casa, familia, los viajes, etcétera.

Dentro de la fase profesional, tenemos mucha suerte de tener una química muy afín, porque hay familias extraordinarias que tienen muy buena armonía, pero a lo mejor no tienen una química de trabajo, y hay que saber muy bien en dónde empieza uno, dónde el otro termina, y dónde debe haber una conjunción entre los dos. Ambos podemos pensar cuestiones muy distintas o muy distantes entre una y la otra, y creo que es importante valorar y aceptar que la mejor idea es la que debe prevalecer y saber acatarla y acordarla correctamente, ponerla muy bien sobre el papel para, posteriormente, llevarla a una tercera dimensión.
AA: Eso no quiere decir que no tengamos diferencias, las tenemos constantemente, simplemente creo que lo que hemos aprendido es a armonizar nuestras diferencias. Mientras más pasa el tiempo, más se armonizan esas diferencias y eso provoca que haya menos, porque nos vamos amalgamando, entendiendo y uniendo; así nuestra ideología se fusiona.

SB: A lo largo de esta historia, les tocó el boom inmobiliario en México. ¿Cómo observan ese trayecto?
AA: Digamos que nosotros tenemos estas etapas. Primero es muy interesante el sismo de 1985, ya que estudié del 82 al 86. El 85 fue prácticamente mi último año de carrera, y el sismo de esa época me marcó de por vida. Yo estudié en la Anáhuac y ese día tenía una clase en el centro. El sismo fue temprano, así que ya no asistí; pero lo que quiero transmitir es que estar estudiando una profesión que resuelve los espacios y que están basados en una propuesta técnica de estructuras y que éstas sean las que dan resguardo a la gente abre tu mente a entender la responsabilidad que conlleva, porque independientemente de que tú no seas el estructurista, como arquitecto sí propones soluciones que tienen que estar integradas a una lógica estructural y que deben estar sustentadas en una conciencia económica del momento.

Después del sismo empezó una recuperación porque se empezó a construir bastante; hubo un rezago importante, y por 1992-93, se detonó un boom inmobiliario del 93 al 98.

Luego, en el 98-99, vino una nueva crisis en México e históricamente se decía que en crisis lo primero que se congelaba era la construcción. Creo que ahora eso ha cambiado porque la gente se ha dado cuenta de que el patrimonio de una construcción prevalece o sobrepasa los tiempos de crisis, y aunque en el momento sea algo difícil, a la larga es lo que permanece en su valor.

Después de 2001, 2002, empezó a haber un boom inmobiliario que creo que duró hasta 2008, como el que pocas veces en la era moderna se ha visto. En ese momento había conciencia por hacer una mejor arquitectura, una arquitectura ecológica; la palabra “sustentable” nació en esa época. Nosotros ya la traíamos desde antes.

Fuimos en 1992 o 93 a un congreso de arquitectura en Chicago, cuyo tema era sustentabilidad; era un congreso de la Unión Internacional de Arquitectos, o sea que era el más importante del mundo. Recuerdo que regresamos totalmente afectados de manera positiva por lo que vimos ahí. Nos dimos cuenta de que había un campo enorme por el cual se podía prosperar en términos de la conciencia de diseño, pero también fuimos muy afortunados porque a una temprana etapa de nuestra carrera profesional se nos presentaron oportunidades para construir edificios de una magnitud importante, en los que pudimos aplicar esos conceptos y convencer a nuestros clientes de que valía la pena hacerlo.

A finales del milenio pasado, nos fuimos para entender qué estaba pasando en Europa, Japón, Asia y Norteamérica, y tomamos lo más importante. Nos dimos cuenta que en Estados Unidos las directrices de los edificios las daba el dinero, los desarrolladores, no los arquitectos ni los constructores.

Los que decidían cómo se construían los edificios eran los señores del dinero, porque si un edificio se podía construir en 10 mil metros, había que construir 9 999.99 y ni un milímetro menos porque ése era el negocio. Esto llevaba a hacer edificios muy octagonales, muy cuadrados, con plantas grandes porque eran los que más eficiencia daban. En consecuencia, eso daba elementos muy aburridos y agresivos visualmente para las ciudades.

En Europa, por el contrario, la directriz sí la daban los arquitectos: ellos entendieron que había un movimiento verde que buscaba la integración y respeto a la naturaleza y que había que aplicarlo a los diseños, y que no importaba si había que sacrificar un poco el espacio arquitectónico para cederlo al balcón, la terraza, la azotea, al patio interior.

Japón fue un caso muy diferente. También con mucha conciencia, pero con un predominio del manejo de las estructuras. En Japón, los grandes edificios y desarrollos los hacen las constructoras importantes; son las grandes desarrolladoras que tienen internamente todo el equipo técnico: tienen al ingeniero trabajando de la mano con el arquitecto y con el diseñador de todas las instalaciones.

Para resumir un poco: cuando tuvimos nuestra primera oportunidad para hacer intervenciones a gran escala, que fueron los edificios que hicimos en Santa Fe, hoy en día Telefónica Movistar y el de Banorte –que diseñamos en 2000, 2001–, y tuvimos que convencer a nuestros clientes de que tenían que ceder espacio para las terrazas, además, los cristales debían ser transparentes para que entrara luz, no separarnos visualmente del exterior, ellos nos decían: “¿pero cómo?, se va a ver lo que sucede en el edificio”. Y pues sí, no pasa nada, precisamente es integrarlo, ver lo que pasa al interior y al exterior.
JA: Yo diría que el primer cambio importante en México es cuando empieza a haber la apertura del Tratado de Libre Comercio, porque en ese momento los arquitectos nos empezamos a preocupar por hacer mejor las cosas. Antes las hacíamos como hicieron el Empire State, no sé si con 40 planos. En México, las cosas se hacían con lo más básico. Luego entramos en otra etapa para volvernos más profesionales, generar un mayor compromiso ante nuestros clientes y la sociedad. Ahí es cuando empieza un cambio muy importante, porque es cuando empiezan a llegar despachos del extranjero hacia México y empieza a comernos el mercado, la competencia; es cuando abrimos los ojos y vemos que nuestra arquitectura está siendo criticada e intervenida por gente de otros despachos del mundo entero. Fue necesario abrirnos y buscar esa interacción, tenemos que ver qué necesitamos o en dónde están los fallos y sacar una autorreflexión sobre qué estamos haciendo bien o mal, para ver a dónde vamos a llevar nuestra propia arquitectura.

SB: Para ustedes, la palabra sustentable tiene un sentido muy amplio. ¿A qué les remite este concepto?
JA: La primera vez que fuimos al congreso que dijo Arturo, cuando oímos sustentabilidad no entendíamos qué era la palabra ni a dónde conllevaba correctamente. Decíamos: “bueno, un edificio es autosustentable”. Toda la arquitectura de una manera u otra es autosustentable y es lo que participa dentro de la historia de la humanidad, lo que trasciende la historia del hombre. Pero fue diferente asistir a este congreso y retomar esa formalidad por el compromiso de lograr un balance entre la arquitectura y la naturaleza. Nuestro primer proyecto importante en cuestión sustentable fue en 1994, y fue la visión del Club House Juvenil, del Club de Golf Bellavista.

Es cierto que el concepto sustentable implicó un proceso que en su momento fue educativo, el cual tuvo que permear correctamente en la sociedad porque muchas personas, desgraciadamente, se colgaron de la palabra sustentabilidad para hacer negocio. Para ellos, era generar dinero, una venta y un producto al que le ponían el título “sustentable” o “verde” para así venderlo.

Es importante saber llevar adecuadamente y con responsabilidad el término sustentabilidad porque es una combinación de muchas cosas. Dentro de la arquitectura, la palabra parte del diseño arquitectónico antes de ponerle cualquier tecnología a la edificación. Si tú no haces un diseño cuya envolvente sea sustentable, el edificio no se va a comportar correctamente en los próximos cien años por más tecnologías que le pongas.
AA: De hecho, esa es una de nuestras premisas: un edificio para nosotros es más sustentable mientras menos tecnología tenga, mientras menos requiera.

SB: ¿Y la idea de la inteligencia en la edificación?
AA: Digamos que eso es sólo un adjetivo para calificar al edificio. Le podríamos haber puesto inteligente, abusado, smart; es una forma de decir que el edificio hace algo por los temas de sustentabilidad. Pero realmente la parte que a nosotros nos interesa, lo que para mí hace a un edificio inteligente es que su diseño sea inteligentemente necesario como para no tener que usar tecnologías inteligentes.
JA: Es decir, que sea el hilo conductor para poder ejercer la menor intervención tecnológica en cuanto al ahorro de energía y que tenga un balance con la naturaleza. Todo lo que hacemos tiene una afectación a la naturaleza; entonces de alguna manera tenemos que saber llevarlo con responsabilidad. Para nosotros, la base es una buena orientación, saber si hay ventilación cruzada, que los materiales que se van a aplicar sean los correctos y que tenga un envejecimiento con dignidad, conjuntamente con la sustentabilidad.

SB: En este sentido, ¿qué les preocupa de la arquitectura actual? 
AA: A mí me preocupa la arquitectura no hecha por arquitectos. ¿Qué porcentaje de las construcciones que se hacen en México es diseñado por arquitectos? A nivel internacional más del 90 por ciento; en México, más del 80. Pero también hay que ver quién lo diseña, porque no sólo tener un título te avala para serlo, para el caso yo también soy futbolista; todos sabemos pegarle a un balón.

SB: ¿Cuáles son los arquitectos que los han marcado y puesto una hoja de ruta en su trayectoria?
JA: Coincidimos con muchos y con otros tenemos mucha distancia. En cuestión arquitectónica Frank Lloyd Wright, de una manera muy fuerte, sobre todo por la audacia que tuvo de “futurear” con su arquitectura. Richard Meier ha tenido mucha influencia; Norman Foster ha tenido mucha influencia dentro de mi arquitectura, también Tadao Ando. Obviamente en ciertas obras, Rogers ha tenido influencias interesantes. Fumihiko Maki, sobre todo en el ámbito de transición sustentable, que es un factor de suma importancia; también Jean Nouvel. En cuanto a mexicanos, pues Barragán obviamente a todos nos ha impactado; es una obra increíble la que hizo, y no por ser mexicano, sino que yo creo que aportó a la humanidad y al ámbito arquitectónico espacios con una sensación espacial espectacular.
AA: Para mí Teodoro González de León, de los mexicanos, fue un maestro en manejar las escalas.

SB: ¿Qué obra están orgullosos de haber construido?
JA: El Museo Memoria y Tolerancia marcó una línea muy importante para nosotros.
AA: Sí, es una obra que nos cambió como arquitectos, como mexicanos y seres humanos; reúne muchas vertientes. Es una obra que espacialmente, internamente, cada vez que regreso me fascina. Pasan los meses y me vuelvo a parar ahí, entro y vuelvo a tener esa sensación de disfrutar el espacio, te impone y envuelve; y simplemente la conciencia social que tiene el museo en sí mismo. Es decir, si ese mismo espacio fuera un museo de arte para mí no sería lo mismo.

JA: Los arquitectos hacemos espacios funcionales para el hombre que generan un impacto social, no te digo que no, pero le dan a la comunidad un confort, un estilo de vida, y no nada más eso, les podemos cambiar la actitud totalmente a la gente. Para este proyecto contemplamos una cuestión mucho más importante: nos permitió educar a la gente por medio de la arquitectura, eso es algo distinto que no lo puedes llegar a hacer en cualquier cosa. Te puedo hacer tu casa, a lo mejor es un espacio cómodo, funcional, estético pero no te educa. En ese proyecto, la arquitectura fue el hilo conductor para poder educar a la gente.

SB: ¿Cuál es la responsabilidad de ustedes con las nuevas generaciones de arquitectos?
JA: Muy sencillo: fomentar el balance, la responsabilidad y la honradez; generar una muy buena arquitectura que trascienda y envejezca con dignidad en México y en el mundo.

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