La sustentabilidad se ha malentendido como una cuestión económica, y como responsabilidad exclusiva de los gobernantes y de grandes corporaciones. Un ejemplo de esto es el prejuicio de que los edificios sustentables son sólo aquellos que cuentan con presupuestos chonchos en las metrópolis, o que necesitan de una certificación LEED para ser comercialmente viables.

En un contexto planetario de ecosistemas en colapso, la sustentabilidad tiene que convertirse en una forma de vida. Hay que pasar del discurso político (frecuentemente escaso o inexistente) al diseño urbano y arquitectónico.

Un proyecto sostenible no se logra exclusivamente incorporando tecnologías costosas, sino también de forma sencilla, a través del enfoque adecuado en el proceso de diseño.

El primer paso es a través del esquema arquitectónico: la orientación adecuada puede eliminar la necesidad de calentadores o de equipos de aire acondicionado; un buen diseño de ventanas puede disminuir luminarias; las ventilaciones cruzadas pueden sustituir sistemas mecánicos de ventilación. La elección de materiales debe de ir más allá de ofrecer acabados bonitos, para convertirse en un elemento activo como la “masa térmica”, que, en conjunto con la ventilación natural, pueden conseguir una temperatura confortable para los espacios, lo que reemplazaría la climatización mecánica. El adobe, por ejemplo, además de ser un material biodegradable, tiene propiedades térmicas que pueden ser aprovechadas para zonas cálidas-húmedas.

Todo edificio es un procesador de recursos, y es importante minimizarlos con soluciones como compostas, reciclaje de agua, así como una iluminación no saturada. La vegetación, más allá de aspectos decorativos, puede aportar a la generación de un microclima, de aislamiento térmico, o bien, de un microecosistema.

La sustentabilidad también se orienta hacia el ser humano, que es la base de la certificación WELL. Una forma de contribuir a esto es el diseñar espacios de trabajo que estimulen la movilidad física, evitando el sedentarismo de las oficinas tradicionales.

Si vamos más allá del bienestar físico y mental del ser humano, la arquitectura es capaz de aportar a la sostenibilidad de las culturas. Un ejemplo de esto es la incorporación de técnicas y materiales locales, lo que contribuye a la vitalidad y trascendencia de las tradiciones.

Cada proyecto tiene múltiples posibilidades de realizar aportaciones sustentables para el planeta. No siempre es posible incorporar todos los conceptos en una misma obra, pero lo importante es activar el potencial de impacto positivo del diseño.
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Ingrid Moye
@ZellerandMoye
Directora de Zeller & Moye. Realizó sus estudios de Arquitectura en la Universidad Anáhuac, y el ETSAM de Madrid. Colaboró en los despachos de arquitectura SANAA en Tokio, y en Herzog & de Meuron en Basilea y Londres.

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