Millones de hectáreas perdidas; más de 1 mil millones de animales muertos (mamíferos, aves, reptiles y anfibios); billones de insectos e invertebrados desaparecidos; 25 pérdidas humanas; decenas de desaparecidos; 100 mil evacuados; miles de millones de dólares en pérdidas económicas, y la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), en unas cuantas semanas, de lo que genera Australia  a nivel país en un año.

Estas son algunas de las cifras que han dejado los incendios en Australia en lo que va del 2020. Un aviso más que se suma a una creciente lista de catástrofes naturales asociadas al cambio climático y que nos obliga a voltear la mirada hacia esta realidad.

La crisis ambiental y humanitaria australiana ha detonado también una profunda crisis política, evidenciada por un Gobierno superado por el suceso, al que se le recrimina su falta de previsión y su limitada capacidad de respuesta, además de su falta de compromiso para adoptar una visión sostenible en materia ambiental.

Y de paso, pone en entredicho el papel de actores internacionales como la ONU, que simplemente no ha podido establecer liderazgos, acciones y políticas necesarias para frenar las causas del calentamiento global antropogénico. Basta ver el rotundo fracaso de la COP25 Chile-Madrid, celebrada en diciembre de 2019, en donde prevalecieron los intereses económicos frente al bien común.

Gobiernos de todo el mundo, incluyendo el nuestro, mantienen modelos de desarrollo con base en energías fósiles, proyectos de infraestructura alejados de estudios de impacto ambiental y economías basadas en un consumo desmedido de recursos, sin considerar las advertencias que surgen desde la ciencia y el impacto ya visible en los grupos más vulnerables.

Para la comunidad científica, la catástrofe australiana es un ejemplo claro de la realidad que implica un aumento de 2.5 ºC sobre la temperatura media del planeta; para los gobiernos, es una advertencia más ante la negación de la crisis; para la comunidad global representa una ventana a un futuro que debemos evitar a toda costa; y para nuestro gremio, el de la edificación, entender que la resiliencia en el diseño y construcción de comunidades sostenibles y regenerativas no es una moda, sino una verdadera necesidad.

Gerardo Goyeneche
Es arquitecto por la IBERO, cofundador de SAGO Arquitectos. Académico de vocación y activista ambiental por convicción. Miembro de ILFI, SUMe y TCRP.

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