Pensar el espacio, reinventar la ciudad
Simplicidad, permanencia y funcionalidad son algunos de los rasgos de la obra de Alonso de Garay, un arquitecto volcado en pensar los espacios desde el sentido común y con una clara conciencia acerca de la dimensión social de la arquitectura
Por, Ricardo Donato Fotografía: Rubén Darío Betancourt
Su fascinación por el espacio se manifestó desde temprana edad. Durante sus viajes en el automóvil familiar, recuerda, los grandes edificios de la ciudad le parecían personajes vivos: “me llamaban mucho la atención, les tenía cierta admiración. Cuando pasaba junto a ellos era como si estuviera al lado de una celebridad”. El Hotel de México, la Torre de Pemex, sus rascacielos preferidos para dibujar y luego reconstruirlos en su mente, o bien, con cubitos de madera.
Aunque más tarde decidió estudiar finanzas en el ITAM, ese primer asombro infantil ante la monumentalidad de la obra arquitectónica jamás lo abandonó. Se inscribió, entonces, a la Universidad Anáhuac “nada más por un semestre”, pero terminó cursando la licenciatura en Arquitectura.
Allí, su vocación se consolidó y le llevó a plantearse que no bastaba con pensar el espacio y el tiempo de forma aislada, sino en términos de comunidad; había que mejorarlo, transformarlo, vivirlo como disfrute y creación colectiva. Como Mario Pani o Luis Barragán, pensó como urbanista.
No sorprende, pues, que recién egresado viajara a Nueva York para estudiar una maestría en Arquitectura y Diseño Urbano en la Universidad de Columbia. Allá, mientras estudiaba, trabajó durante dos años en Foster+Partners, quizás el despacho de arquitectos más importante y prestigioso del mundo. “Aprendí mucho acerca de los procesos. No aprendes de arquitectura como tal, creo que eso es algo muy personal. Pero sí cómo se maneja una oficina, qué se hace y qué no, cómo se atienden los proyectos, cómo se trata a los clientes, cómo se concursa”, relata de Garay.
De regreso a México, en 2013, fundó su propia firma de arquitectura y diseño interior: Taller ADG. El crecimiento en tamaño y proyectos de su empresa ha sido notable: desde la restauración de inmuebles con valor histórico (Calle Tres 13; estadio Fray Nano), a grandes residencias (Casa Izar, Casa Bosques) y edificios corporativos (Sinaloa 195, Guadalajara 36), hasta proyectos de vivienda social que mejoran y revitalizan el espacio urbano (Un cuarto más, Infonavit Tepic).
Como arquitecto, afirma, le gusta la simplicidad y elegancia en el diseño. De ahí, su admiración por creadores japoneses como Tadao Ando, Arata Isozaki o Toyo Ito. “Nunca me ha emocionado la arquitectura extraña, complicada u orgánica. Siempre busco resolver los espacios desde el sentido común”, confiesa.
Hoy, a sus 40 años, es una de las figuras más interesantes de la arquitectura nacional. Su obra, comprometida con la mejora de la vida cotidiana en la ciudad, bien puede resumirse bajo la consigna urbanista del filósofo francés Henri Lefebvre: “¡Cambiar la vida! ¡Cambiar la sociedad! Nada significan estos anhelos sin la producción de un espacio apropiado”.
Smart Building platicó con este arquitecto y urbanista mexicano, quien sigue imaginando el espacio a la manera de aquel niño que miraba con asombro los rascacielos de la capital.
“Las ciudades no son museos, evolucionan, respiran, viven, caminan. Nuestro trabajo como arquitectos es tener esa visión de qué es lo que se debe rescatar o reinventar para que la ciudad siga evolucionando”
Smart Building (SB): ¿Cómo interviene el concepto de sustentabilidad en tu praxis arquitectónica?
Alonso de Garay (ADG): Anteriormente, incorporar la sustentabilidad era una moda o un valor agregado. Hoy en día, es una necesidad para cualquier proyecto, de cualquier tamaño y escala. Nosotros la entendemos de una forma más pasiva, es decir, aplicamos sistemas pasivos como ventilación cruzada, techos verdes, iluminación natural, cosas que realmente no tienen tanto costo. Es un tema de pensar bien las cosas; por ahí decía un colega mío que pensar es gratis.
Por supuesto, también estudiamos las tecnologías que existen, desde energías renovables y biodigestores hasta sistemas de aire acondicionado y plantas de tratamiento de agua. Hay proyectos que requieren de equipos y tecnologías muy complicadas y costosas; cada vez que intentamos aplicar algo así se cae por temas de presupuesto. Por eso, buscamos resolver los problemas de forma pasiva, eso nunca falla y no cuesta tanto. Antes, a la hora de hablar de un negocio inmobiliario no había dinero para la sustentabilidad, porque se pensaba que eran un costo extra para el desarrollador, pero, la verdad es que no es cierto. Tu propiedad cada vez tiene más valor si tiene una certificación LEED, puedes rentarla o venderla más cara, y eso no sucedía antes.
SB: ¿Cómo es tu dinámica con los desarrolladores para convencerlos de que la sustentabilidad también es rentable?
ADG: Diseñamos bajo presupuesto. El desarrollador fija el presupuesto, si piensa gastar diez pesos, nosotros tenemos que diseñar con esos diez pesos, ver para qué nos alcanza. Dentro de ese presupuesto, la sustentabilidad va sí o sí, por lo menos siempre aplicamos técnicas pasivas. En cosas muy simples somos sustentables, como en el uso de materiales locales. El secreto está en diseñar bien, en pensar bien el proyecto. Ahora que, si nos sobra dinero, podemos instalar un panel solar, más tecnología, pero nunca nos pasamos del presupuesto y siempre atendemos la sustentabilidad, esa es nuestra premisa.
SB: ¿Cómo compaginas los criterios de funcionalidad y permanencia de la obra con los de belleza y rentabilidad económica?
ADG: Ninguno va por encima del otro. Se ha discutido mucho por años si es la función la que sigue a la forma o es la forma la que sigue a la función, y a mí me parece una discusión completamente obsoleta. Son las dos cosas: una obra tiene que funcionar y, además, debe verse bien, no hay más. Para atacar este problema hay diferentes caminos, sin embargo, una estructura que funciona pero que no se ve bien es un edificio sin carácter; y uno que sólo se ve bien y no funciona, no tiene alma. Para nosotros es bien importante el proceso de diseño, ahí creo que está el secreto de cómo lograr ambas cosas. Si tu proceso es el correcto, te aseguras de hacer un buen estudio, hacer los esquemas y prototipos correctos, el proyecto comienza a darse solito y termina bien; si empieza al revés, primero que se vea bonito y después que sea funcional, ahí es donde difícilmente vas a lograr algo bueno. Los edificios no nada más deben envejecer bien, deben envejecer mejor. Me gusta mucho la palabra atemporal, la permanencia. Un buen edificio es aquel que se ve mejor conforme el paso del tiempo, que los materiales y las texturas lucen mejor con los años.
SB: ¿Cómo definirías el estilo de tu obra?
ADG: Para mí los estilos te enjaulan, por eso me alejo de ellos. Yo creo que cada proyecto es diferente y, por lo tanto, se resuelve de forma única. Pero sí hay una serie de principios que rigen nuestro diseño, entre ellos, la simplicidad, el equilibrio, que no le sobre pero que tampoco le falte nada. La simplicidad es sinónimo de buen gusto y es lo más difícil de lograr. Me gusta pensar en una arquitectura atemporal, que remita de alguna forma a las raíces de México. Me desagrada la arquitectura genérica, que pueda estar en cualquier lugar del mundo.
SB: En este sentido, ¿cómo fomentas la integración de tus proyectos con el espacio circundante?
ADG: Nos interesa mucho el sitio en todas sus escalas, desde el terreno, qué pendiente tiene, orientaciones, acústica. Luego, a nivel urbano, cómo podemos afectar positivamente nuestro círculo cercano, quiénes son los vecinos, qué podemos hacer para que la obra tenga un impacto social positivo. Estudiamos desde quién vivió ahí hasta factores climáticos, la historia del lugar. En este análisis está la solución para cada proyecto.
SB: Hay una parte de tu trabajo que se despliega a partir de la memoria y la historia del sitio. Esto se aprecia, sobre todo, en los edificios que has restaurado, ¿qué opinas de esto?
ADG: La restauración de edificios tiene que ver también con ser sustentable, con ser verde y responsable con los materiales que hay para aprovecharlos. La otra vertiente es que los edificios son parte de una cultura y de una historia. Los inmuebles que hemos rescatado y mantenido realmente tienen un patrimonio interesante y forman parte del paisaje de la ciudad. Siempre hemos pensado que debemos ser muy respetuosos con eso. Las ciudades no son museos, evolucionan, respiran, viven, caminan. Nuestro trabajo como arquitectos es tener la visión de qué es lo que se debe rescatar o reinventar para que la ciudad siga evolucionando.
“Nunca me ha emocionado la arquitectura extraña, complicada u orgánica. Siempre busco resolver los espacios desde el sentido común”
SB: ¿Cuál es tu responsabilidad como arquitecto con la mejora del espacio público?
ADG: Regreso a la idea de que pensar es gratis. Una cosa es que una vivienda tenga un presupuesto muy limitado y otra que no puedas hacer algo digno y decente, donde cualquiera de nosotros viviríamos muy bien con nuestras familias. Muchos arquitectos nos hemos involucrado en proyectos de vivienda social y de reconstrucción por esta razón. Desde antes de los terremotos de 2017, comencé a trabajar con el Infonavit. Hubo un momento en el que se diseñaron cualquier cantidad de casas que son inhabitables, por eso se abandonaron. De verdad, la gente no puede vivir ahí, y a mí me tocó intervenir una vivienda que ya estaba hecha. Se trataba de un proyecto de nueve metros cuadrados [Un cuarto más], que impactaba a 300 mil familias en su forma de vivir. Fue un proyecto muy desafiante, nos tardamos mucho, hicimos miles de prototipos y llegamos a una solución que nos dejó satisfechos. La encomienda en el taller fue muy sencilla: ¿qué podemos hacer con el mismo presupuesto para mejorar la vida de la gente, la calidad del espacio, la ventilación, disminuir el hacinamiento?, ¿cómo construir un lugar en el que mañana nos podamos ir a vivir felices con nuestras familias?
También trabajamos con Pienza Sostenible, una fundación que ha organizado a varios despachos para diseñar vivienda para gente que se quedó sin techo después del temblor en las zonas donde no llegó la ayuda. Tenemos dos casos, uno en Ocuilán, en el Estado de México, y otro en San Mateo del Mar, en Oaxaca. La fundación nos asignó directamente a las familias y trabajamos con ellas como si fueran cualquier otro cliente, los fuimos a ver, les preguntamos sus necesidades, visitamos el terreno, entendimos cómo vivían, qué necesitaban y les diseñamos su casa. Ahora, cada familia tiene la suya; no fue hacer un modelo y replicarlo cincuenta veces y que se metieran todos. Hicimos tres prototipos para Ocuilán y tres para San Mateo del Mar, y ha sido una experiencia muy buena, algunos siguen en construcción y otros ya están terminados. Y esa fue la idea, darles una vivienda digna, bien pensada, bien solucionada para sus necesidades.
SB: ¿Qué opinión te merece la puesta en orden del sector inmobiliario por parte del gobierno de la Ciudad de México?
ADG: Sin entrar en polémicas, creo que definitivamente hubo abusos, y donde los haya habido yo estoy de acuerdo en que se deben transparentar, pero hubo otros que hicieron bien las cosas y pagaron los platos rotos. Creo que ha sido duro y complicado para quienes están en este negocio. Coincido en que la construcción debe ser ordenada, cumplir con la ley.
SB: ¿Crees que el actual Gobierno de la Ciudad de México esté impulsando buenas políticas públicas en términos de la administración del espacio urbano?
ADG: Creo que en el pasado, quienes tuvieron en sus manos la batuta de planear ciertas zonas de la ciudad carecieron del equipo y de los asesores correctos que ayudaran a dar el enfoque adecuado en materia de urbanismo. Era una sola persona tomando decisiones que impactaban por muchos años la calidad de vida de los habitantes de la zona. No digo que fuera con buena o mala voluntad, pero sí con información muy pobre. Desconozco de quien se esté rodeando esta administración, pero confío en que estén bien asesorados. Con voluntad y el equipo correcto se pueden hacer muchas cosas, hay especialistas en todo, y es cosa de decir quién es el mejor en tránsito, en políticas de desarrollo urbano, y armar un equipo de primer nivel para resolver cada problema.
Como arquitectos, en la medida de que cada nuevo proyecto nazca bien, que esté bien planeado, bien diseñado, aportamos un granito de arena para mejorar la ciudad. Es cuestión de hacer buenas políticas, de tener buenas intenciones, de que no haya corrupción. Porque buenos arquitectos y urbanistas los hay, lo que falta es la voluntad y la visión de hacer las cosas bien.
SB: Muchas voces en la industria piensan que en la Ciudad de México necesitamos más urbanistas y menos arquitectos. ¿Qué opinas de esto?
ADG: Estoy completamente de acuerdo. En mi caso, yo hice una maestría en Urbanismo, en Nueva York, porque consideraba que los arquitectos debemos ser las dos cosas. No podemos ver nuestros proyectos como cosas aisladas y que afuera de las cuatro paredes se amuele el mundo. Debemos pensar siempre como comunidad. Creo que ha faltado interés tanto de los arquitectos como de los no arquitectos para hacer ciudad, de pensar para todos y no para uno mismo.